9.12.18

Habla, pueblo, habla, para que no decidan por tí

El 15 de diciembre de 1976 se celebró el referéndum sobre la ley para la Reforma Política que dio paso a la democracia en España, que impulsó el Presidente Adolfo Suárez para cerrar legalmente al régimen franquista y poner las bases de un nuevo sistema democrático que pudiera construir una Constitución nueva. Un referéndum que fue precedido por una intensa campaña en radio y televisión, cuya banda sonora fue la canción 'Habla, pueblo, habla' campaña de la que dejamos un cartel publicitario.

¿Aprueba el Proyecto de Ley para la Reforma Política?
Esa fue la pregunta planteada para la consulta que tuvo lugar el 15 de diciembre de 1976, con una participación del 77,8% El referéndum recibió un apoyo del 94,17% de los españoles.

7.12.18

José Oneto nos cuenta algunos detalles

Dejo un artículo firmado por José Oneto en República.com donde desde su posición privilegiada, nos comenta algunos detalles del inicio de la Transición, que no por conocidos, no deben ser guardados viniendo de quien vienen. No fueron años fáciles, pero sin duda tuvo los protagonistas necesarios para que aquella Constitución haya durado al menos 40 años. ¿Hay alguien que haya dado más?

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El día en el que el Rey me contó por qué hizo el cambio

Hace unos días se presentaba en el Congreso de los Diputados un libro sobre cómo fue la Transición para un numeroso grupo de periodistas y fotoperiodistas que la vivieron y en cierto modo, participaron en ella. El Libro (“Los periodistas estábamos allí para contarlo” Teófilo Comunicación 2018) es un conjunto de reflexiones o historias vividas sobre aquellos meses apasionantes en que un grupo de españoles, que representaban a los partidos políticos de la época, se pusieron de acuerdo para elaborar lo que iba a ser la primera Constitución de todos, la Constitución aceptada y respetada por todos los que creían que sería el broche para cerrar ese periodo que conocemos como Transición (la transición de la dictadura a la Democracia), y que ahora, tan de moda se ha puesto denostar. Olvidando que probablemente es uno de los periodos más brillantes de la reciente historia de España.

En aquella época, este cronista, dirigía Cambio 16, el semanario emblemático de lo que iba a ser el cambio político en el país (un cambio que tenía que empezar por la elaboración de una Constitución aceptada por todos), y tuve el privilegio de vivir acontecimientos que forman parte de la historia de España y que, en cierto modo, constituyeron la aventura de nuestra vida, la aventura vital de gran parte de los que participamos en este proyecto. Conocí a todos los personajes de aquel apasionante periodo, traté con los padres de la Constitución y, para mí, una fuente privilegiada personal fue Fernando Abril Martorell, uno de los políticos más honrados que ha tenido este país, y que, junto con Alfonso Guerra, desempeñó un papel fundamental para encontrar siempre el consenso y el entendimiento.

Entre la multitud de historias vividas, tendría que destacar hoy 6 de Diciembre en que las Cortes Generales celebran solemnemente el cuarenta aniversario de la Constitución, la entrevista que, a finales de Enero de 1978, le hice al rey Juan Carlos para que explicara, precisamente en Cambio 16, “por qué hizo el cambio”. En vísperas de la consolidación de la Monarquía a través de esa Constitución que había empezado a discutirse, estuve dos horas y media en la Zarzuela, en la que era la primera entrevista que se le hacía al Rey, precisamente el día en que la prensa ya anunciaban que, por lo menos, dos partidos políticos con representación en el Parlamento, el Partido Socialista Popular (PSP) de Enrique Tierno Galván, y el Partido Comunista de España (PCE) de Santiago Carrillo, no iban a presentar objeciones a la forma monárquica del Estado en el proyecto constitucional.

“El trámite de la forma de Estado lo salvaremos aunque haya alguna dificultad”, me confesaba el Rey, pero se incluirá en el texto constitucional que se tiene que votar en Referéndum “Ya los principales dirigentes políticos del país saben y así se lo he hecho saber, que lo que pretendo es una Monarquía de todos, dentro de una Constitución que también sea una Constitución de todos, y no impuesta por un partido o una facción como ha pasado hasta ahora, en todas las Constituciones que ha habido en España. Dentro de este esquema Constitucional la Corona es un poder arbitral por encima de los partidos políticos de turno que debe velar por el cumplimiento de la Constitución, que el Rey debe ser el Rey de todos los españoles y que el futuro español debe basarse en un consenso de concordia nacional, sin el cual sería inútil todo intento de consolidar la democracia. El país quiere democracia y mi compromiso está con la reconciliación entre los españoles y con una democracia que respete, sobre todo, los derechos humanos y las libertades. Quiero que los españoles sepan que quiero el cambio y que el cambio será posible, porque el país lo está esperando…”

Todas esas ideas (que al fin y al cabo son las que presiden la actuación de todas las Monarquías europeas) están recogidas en la Constitución de 1978, a pesar de la oposición de quienes creían que el nuevo Rey iba a perpetuar el Régimen anterior, sin ser conscientes de que el 20 de Noviembre de 1975, con la muerte del Dictador, comienza en España una nueva era. En esa nueva era desempeña un papel fundamental Adolfo Suárez González (Cebreros, Ávila 1932, Madrid 2014), el hombre elegido por el Rey para llevar a cabo a buen término su proyecto de cambio, plasmado en la Constitución.

En aquella entrevista contaba que había estado observando la trayectoria política de Suárez, desde que fue gobernador civil de Ávila y, posteriormente, desde que se encargó de la dirección general de Radiotelevisión española. “Yo le di varias pistas indirectas parta que tuviese en cuenta de que contaba con él en el futuro, pero no se dio cuenta de lo que le quería transmitir, y no sospechó que iba a ser el sucesor de Carlos Arias Navarro, al que tuve que cesar en un momento determinado porque cada vez estaba más alejado del proyecto de cambio en el que yo y Torcuato Fernández Miranda, habíamos pensado”.

Me cuenta el Rey que es por sugerencia de Torcuato como nombra a Suárez ministro secretario general del Movimiento, cuando designa, después de la muerte de Carrero Blanco a Arias Navarro. El futuro candidato, dice, está dentro del equipo y dos meses antes, precisamente en un partido de futbol es donde el Rey le da la primera pista. Jugaban el Zaragoza, que tenía entonces un Presidente muy joven, y el Real Madrid con Santiago Bernabéu al frente. El Rey le comenta a Suárez que hay que renovar la política y que hay que apostar por los jóvenes, “Hay que dar paso a los jóvenes -le dije- porque en todo, la vida del país está cambiando vertiginosamente…”.

Pero Suárez era un perfecto desconocido que sorprende cuando presenta en las Cortes (Junio 1976) el primer proyecto de reforma política, con un discurso claramente democratizador. “Ese día me acerqué desde Burgos, en donde estaba presenciando unas maniobras militares, hasta el Hostal las Landas para, en llamada telefónica, animarle en su defensa de la Ley de Reforma política”. Semanas antes Cambio 16, en una portada que provocó las iras del primer ministro y serias advertencias, después de varios secuestros, sobre la desaparición de la revista, había anunciado con grandes caracteres tipográficos, que Carlos Arias lo paraba todo y que el propio Rey estaba preocupado por el futuro de la Monarquía, y que así se lo había confesado a un conocido cronista del semanario norteamericano Newsweek. Tan preocupado y decepcionado que tarda poco en pedirle la dimisión a Arias

Semanas después, tras el cese-dimisión de Arias Navarro, Adolfo Suárez González, entraba en la terna de aspirantes a la Presidencia del Gobierno que elaboraba el presidente del Consejo del Reino, Torcuato Fernández Miranda. Toma posesión de la Presidencia del Gobierno el 5 de Julio de 1976 y le dimite al Rey, asediado por los poderes fácticos (la Banca, el Ejercito, la Iglesia…) el 29 de Enero de 1981, veintitrés días antes del Golpe de Estado del 23 de Febrero de ese mismo año.

3.12.18

Quienes estuvieron tras el atentado a Carrero Blanco?

Siempre tras un asunto importante para España en este medio siglo atrás, vemos la sombra de los EEUU en alguna esquina. Si nos remontamos al atentado a Carrero Blanco en el año 1973, también hay sombras no aclaradas que nos indican que algo debían saber sobre una acción realizada muy cerca de su embajada, en un atentado chapuza en su preparación, de esos que dejan huella y que nadie detecta, ante un coche sin las suficientes medidas de seguridad.

Era tras Franco el segundo hombre más importante del franquismo, con un sencillo servicio de escolta absurdo que permitía todos los días un recorrido muy similar hasta la iglesia donde escuchaba misa diaria. Con un escolta había vivido durante años paseando por Madrid andando, siendo ya Vicepresidente del Gobierno. Por eso parece incluso absurdo que se preparara un atentado sofisticado cuando era incluso sencillo atacar por encargo de cualquier maleante madrileño.

Es verdad que al ser nombrado Presidente se le asignan hasta siete policías más de escolta, que él mismo no acepta de buen grado. Incluso viajaba en tren cuando se desplazaba a visitas familiares a Andalucía, lo que si se hubiera deseado, era muy sencillo atentar sin un sistema complicado. El tipo de explosivo (C4) y el que la embajada de los EEUU estuviera a unos 100 metros de distancia y a que en ella unos días antes había estado el propio Henry Kissinger, nos hacen sospechar que algo deberían haber revisado los americanos, en un atentado que llevó semanas de preparación y que sin duda dejaba huellas claramente detectables.

Es cierto que la desclasificación de algunos papeles de la CIA en fechas recientes parecen indicar que ellos no sabían nada, pero no se dice nada de lo que por aquellos años se apuntaba como más probable. Que hubieran sido los servicios secretos militares americanos los que hubieran estado detrás del atentado, señalando objetivo y trayectos e incluso cambiando a última hora el explosivo colocado por ETA en el zulo por el conocido explosivo militar C4 de fabricación americana, mucho más potente. ¿La verdad? Tardaremos en saberla.

2.12.18

Vida de la UMD en la España franquista

En agosto del año 1974, doce militares en activo en la España de Franco fundaron la Unión Militar Democrática UMD. Aquel grito de libertad dentro del mundo militar duró menos de un año. fueron detenidos y juzgados duramente, expulsados del ejército, y años después con la democracia, nunca fueron reintegrados a sus puestos militares, pues la tibieza calculada de UCD y PSOE impidieron que se les reconociera en un intento de normalidad dentro de un estamento totalmente franquista.

En la imagen vemos a 9 de los encausados en aquel juicio. Otero, Martín Consuegra, Ruíz Cillero, Ibarra, García Márquez, Fortes, Valero, Fernández Lago y Reinlein.

Se reunieron en aquel verano de 1974 en la casa de uno de ellos, en Barcelona, y durante 3 días estuvieron planteando alternativas, nombres, seguridad, objetivos o ideas de futuro. Entre todos ellos había representantes de todas las armas militares, de diversas zonas militares e incluso algunos de ellos ni se conocían con anterioridad.

Pero no fue la única ocasión en que desde el estamento militar franquista se habían realizado asociaciones pacifistas, de reflexión, de conciencia social. En el año 1959 se funda FORJA al que siguieron años después intentos como El Parral, o colaboraciones en diversas revistas humanistas de aquellas épocas, con nombre y firmas o con siglas. Eran comandantes, capitanes y tenientes jóvenes, con contactos militares con el ejército de Portugal que aspiraban simplemente a que el ejército supiera y quisiera ocupar el papel que tiene todos los ejércitos en los países democráticos.

Tenían el apoyo de estamentos judiciales y sobre todo de una parte de la iglesia española que también veía como una necesidad básica que España se abriera a un proceso democrático similar al de los países europeos vecinos. Pero la UMD era pequeña, y la enorme maquinaria franquista de la época más los miedos de la incipiente democracia de años posteriores, los condenaron al ostracismo. En junio de 1977 se disolvió por diversos motivos, entre ellos el poco respaldo obtenido por la nueva democracia española a la que habían contribuido con sus puestos militares y la cárcel. Nunca hicieron nada que no fuera similar a lo que se hacía en Portugal dentro del estamento militar.

1.12.18

¿Para qué sirve la Historia? ¿Y la de España?

Escribir sobre historia no parecería nada complicado. Es recoger datos y trasladarlos en un orden determinado. Pero la realidad es muy otra, la historia está delante de nosotros ya interpretada, pues no la podemos tocar ni oler, no podemos preguntar dudas a sus protagonistas. Nos la reinterpretan y en ese camino se le van añadiendo más o menos, adjetivos, destinos, orden de importancia, protagonistas, escenarios. Y al final nos muestran una historia “fabricada”.

Famosos libros de la Historia de España estuvieron prohibido en la dictadura. Podría parecernos imposible. ¿Censura a libros de historia vieja? Pues sí. Algunos Reyes tenían que ser Católicos, otros y otras no podía saberse que les gustaba follar encima de las grandes mesas de palacio con todo bicho viviente, y en algunos casos había que tapar asesinatos o bodas de conveniencia, o incluso sexo entre familiares.

Si estas cosas estaban censuradas en los siglos de hace siglos, es normal admitir que lo acontecido en la España de los años 70 esté mirado con lupa y en gran parte todavía escondido. Ahora con algunos chivatazos y grabaciones logradas de forma pirata nos van soltando con cuentagotas historias e historietas. ¿Pero son solo esas o hay más, que censuramos aunque estas ya de por sí nos parezcan tremendas?

Siempre hay mucha gente que dice que a ellos les importa tres pitos lo que pudo suceder el 23F en Valencia o Zaragoza, y que lo que les importa es el HOY. Parece cierto eso, pero sin ser capaces de saber el ayer, los del “hoy” seguirán haciendo lo que les venga en gana, pues saben que nunca se sabrá lo que van a realizar.

Pocas cosas hay más ideologizadas que la historia. Hay auténticos escritores que saben interpretar muy bien lo que desean “vendernos” lo que nos obliga a seguir buscando. El ejemplo más fácil lo tenemos en Cataluña con su Corona Catalano Aragonesa y todos sus añadidos. pero ellos tienen también sus razones. La Corona de Aragón tuvo su centro durante muchos años en las tierras que hoy son Cataluña, y por eso quieren defender lo que entonces no era lo que hoy sí quieren que sea. Nadie reinterpreta la historia sin antes llenarse de razones para hacerlo.

La inevitable solución pasa por tomar partido, creer en algunos autores, leer muchos y de variadas posiciones, creer en lo que crees más lógico, y apostar por ello evitando que la información que te llegue está manipulada. No es fácil, pero hay que intentarlo. No hubo una Segunda República…, sino varias II República Española. Y esto suena a raro, pero no se puede contemplar el nombre del todo, sin admitir que hubo variados apellidos y periodos, con notables diferencias entre ellos hasta estallar en un caos muy violento.

La historia tiene que saber diferenciar procesos, y explicarlos de forma entendible. Casi fácil. Y sobre todo cuando se explican decisiones hay que hacerlas embutidas en los momentos sociales que les acompañaron. Si las miramos desde “el hoy” no sabremos entenderlas bien.

Nunca quiso la derecha que hubiera democracia en España

El poeta y escritor Manuel Rico ha publicado en Nueva Tribuna el artículo que os dejo a continuación, un texto largo que incide sobre los que hoy se dice de la Transición y la realidad que nadie quiere ver y que además nadie quiere o sabe rectificar.

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En los últimos años, a partir de la crisis económica y de sus efectos en precariedad, desempleo, recortes y desafección política (sobre todo en los más jóvenes y alrededor del 15M), se ha venido extendiendo, en ciertos sectores de la sociedad española, un diagnóstico errático que, más allá de la economía, se adentra en algunos déficits de nuestra democracia: el Valle de los Caídos y la permanencia del cadáver del dictador, la deficiente “depuración” de los aparatos judicial y policial heredados del franquismo, la impunidad de viejos torturadores, la permanencia de símbolos y alegatos franquistas en algunas calles, pueblos y ciudades, los obstáculos que encuentran las familias de los enterrados en cunetas y desaparecidos de la Guerra Civil y, sobre todo, de la posguerra para darles una tumba digna, y un largo etcétera. 


La responsabilidad última parecería estar en la “Santa Transición”, en el “apaño”, en la “bajada de pantalones”, en el “pacto por la continuidad del franquismo”

Si el gobierno de turno recorta en Sanidad o Educación o Dependencia, la culpa es de la Transición. 

Si un grupo de fascistas homenajea a Franco, la culpa, de la Transición. Si Villarejo filtra verdades a medias, falsas verdades y otra basura, la culpa es de la Transición… y de la monarquía “continuadora del franquismo”. 

Y si los sindicatos pactan con la patronal y con el gobierno medidas que no satisfacen a determinados sectores… la culpa, de la Transición.


A ese diagnóstico se ha venido a añadir, a partir del otoño de 2017, la ofensiva independentista por la “república catalana” y, a la vez, una oleada de invectivas contra la figura de Felipe VI (y contra la monarquía) por su discurso ante la declaración de independencia del Parlament (que, quizá con diferencia en los matices, habría hecho cualquier jefe de Estado, fuera rey o presidente republicano). 

Junto a ello, cabe considerar la recuperación del objetivo “tercera república” como necesario colofón a esa lógica. Todo ello como parte de una arremetida policéntrica (desde la extrema derecha hasta sectores “antisistema” de izquierdas) contra la Transición política, contra la Constitución del 1978 y, por derivación, contra quienes la protagonizaron: se eluden las causas del presente y se carga la “culpa” a quienes ya no actúan en el ámbito político en vez de buscar soluciones a los citados problemas y consensuarlas con el respaldo de amplias mayorías sociales.

La Transición no fue continuismo franquista sino todo lo contrario: fue la única vía de cambio posible en la concreta realidad de España entre 1973 y 1985. El continuismo fue el gobierno Arias Navarro, nombrado por Franco tras la muerte en atentado de Carrero Blanco

Se llamó “Espíritu del 12 de febrero” y fue una variante de la “democracia orgánica” sustentada en asociaciones, sin partidos ni sindicatos y sin quiebra de la legalidad franquista. Con aquel gobierno aumentó el número de presos políticos, se desarrolló el proceso 1001, hubo un brutal incremento de la represión con un considerable número de muertos y ETA comenzó a sistematizar su práctica terrorista. Eso fue el continuismo franquista y no otra cosa.

Bajo ese gobierno, desafiando la represión (Franco murió fusilando), la oposición clandestina política y sindical y, en parte, la tolerada (la demócrata cristiana y la liberal) llevó a cabo grandes movilizaciones que llegaron a alcanzar su punto álgido en el año 1976, con más de 2 millones de trabajadores en huelga, llegó a paralizar las universidades más importantes y a protagonizar manifestaciones masivas, casi siempre disueltas violentamente por la policía mientras ETA y el GRAPO dificultaban con sus acciones cualquier avance democrático

De la demanda laboral, vecinal o universitaria se pasaba al clamor “libertad, amnistía, estatuto de autonomía” hasta que la oleada democrática llegó a ser imparable. En paralelo se crearon tres instrumentos políticos que acabarían confluyendo: la Asamblea de Cataluña, la Junta Democrática y la Plataforma Democrática agruparon a toda la oposición realmente existente. Ese proceso, junto a la presión europea con motivo de los fusilamientos de septiembre del '75 y a la muerte de Franco, hizo caer al gobierno Arias-Fraga, cesado meses después por un Rey que comenzaba a sentir la presión popular y a advertir que el continuismo era una vía sin salida.

Cuando Suárez fue nombrado presidente, había en España más de mil presos políticos y en el horizonte no se apuntaba proceso constituyente alguno. Las fuerzas políticas seguían trabajando y organizándose en la clandestinidad y con “espacios de libertad” conquistados a muy altos costes, e impulsando movimientos sociales de todo orden cuyo objetivo era sólo uno: la conquista de las libertades. Fue esa presión, y la extensión de un sólido tejido democrático que iba de los periodistas a los colegios profesionales, sobre todo de abogados, del movimiento ciudadano o universitario a los colectivos de actores y profesionales de la cultura, pasando por la columna vertebral del movimiento, los sindicatos, y acabando en los familiares de los presos o en el naciente movimiento feminista. Todo ello en unos años en los que el terrorismo de ETA era una pesadilla diaria.

No hay más que revisar la prensa de la época para advertir que aquello nada tenía que ver con un juego o con un apaño. La España real fue emergiendo y fue abriendo grandes grietas en el muro del régimen. Aquel despliegue acabó forzando una situación cualitativamente nueva: ya era posible una salida basada en la reconciliación nacional, algo que demandaba la inmensa mayoría de la población. Una parte del aparato franquista comenzó a abandonarlo y quiénes venían del exilio, la clandestinidad, las cárceles o el silencio exigían un proyecto democrático sin exclusiones pero con la rotunda voluntad de “no volver a las andadas”.

Se trataba de ganar para la democracia a la mayoría y de aislar a los restos del franquismo. Santiago Carrillo al poco de ser liberado tras su detención (finales de 1976) vino a decir que la movilización social y política y ciudadana estaba abriendo la puerta de la democracia hasta el límite de sus fuerzas, que solo faltaba encontrar el gozne que la abriera del todo y que ese gozne podía ser el joven rey Juan Carlos.

Y lo fue al decidir, con Suárez, cruzar la línea y sumarse, frente a la presión militar (con una cúpula compuesta de generales que habían hecho la guerra), y a la de poderes fácticos aún poderosos, incrustados en el aparato estatal, al proyecto democrático. No había otra salida: no la había para un régimen agotado y agrietado y tampoco la había para una oposición que presionaba en la calle, en las fábricas, en las universidades, hasta el máximo de sus capacidades.

Pero había algo más: una sociedad harta de dictadura, profundamente marcada por el recuerdo de la guerra (la generación de nuestros padres) y que quería, ante todo, paz y democracia. 

La Constitución fue, así, la síntesis superadora de aquella contradicción. El dilema, entonces, no era monarquía o república sino dictadura o democracia, algo que entendió muy bien la ciudadanía. Y la Constitución cuajó, se consolidó con el respaldo de una sociedad que la hizo suya y a mi juicio (y a juicio de quienes venían del exilio republicano o de las cárceles de Franco), enlazó con la democracia que venía de la II República. Entre otras cosas porque fue legitimada por las fuerzas que la sobrevivieron y que la habían defendido en los años 30 y durante el franquismo.

El ruido de sables, los intentos de golpe (hubo cuatro en cinco años), no lo fueron contra el hipotético peligro de una república: lo fueron contra la Constitución del 78 y contra sus impulsores. No hay revoluciones puras del mismo modo que no hay cambios radicales sin “herencias”. 

La Transición fue una “reforma rupturada” o una “ruptura reformada” cuyo fruto, visto en perspectiva, es indiscutible: dio lugar a 40 años de una democracia homologable a la de los países más avanzados. Cuarenta de los cuarenta y siete que España ha vivido en democracia en toda su Historia. 

¿Cuál ha sido el problema en el tiempo que sucedió al '78 para que queden temas pendientes como los apuntados al principio, desde las cunetas hasta el Valle de los Caídos o la impunidad de viejos torturadores? No la Transición ni la forma de Estado, ni un supuesto pacto de silencio, aunque se actuó con cautela para desactivar las bases franquistas incrustadas en el ejército, la policía y la justicia. Es obvio que ese objetivo tardó en lograrse en su totalidad (aunque haya restos aún). Pero sí se consiguió (eso era lo esencial) muy pronto ponerlos al servicio de la democracia y del orden constitucional.

No es la Transición, reitero. ¿Entonces? Ha sido una derecha con un enorme peso sociológico y electoral, una derecha que a principios de los ochenta tuvo ante sí una doble posibilidad de desarrollo: la que representaba un Suárez decidido a ello y la que representaban los exministros franquistas, contrarios a la Constitución, que fueron el núcleo de AP (los “siete magníficos”) en 1977. 

De una UCD hegemónica se pasó a una UCD rota, con Suárez dimitido buscando afirmar su proyecto en el CDS y de una coalición trufada de franquistas pero minoritaria se pasó a una Alianza Popular hegemónica y crecientemente dominada por los sectores más derechistas y nostálgicos de la dictadura. Fraga y Aznar jugaron un papel fundamental en su consolidación y, de paso, en la pulverización de la opción claramente democrática, europeísta y con cierto contenido social que la UCD de Suárez empezó a representar. 

No es difícil entender por ello que la falta de avances en el desarrollo constitucional, de medidas de saneamiento del aparato del Estado o de restitución de la memoria histórica no haya que buscarla en el pacto del 78, sino en la correlación de fuerzas posterior: prácticamente la mitad de espectro político (es decir, de los electores) se han venido oponiendo (o aceptando a regañadientes) a cuantas medidas se llevaban a cabo para lograrlo. 

Incluso en los años de amplia hegemonía del PSOE, ése era un factor que pesaba como una losa en la conciencia de una sociedad que mantenía un apoyo de más de cinco millones de votos a AP y que generaba tibieza y dudas en la izquierda más moderada. Cada paso que la democracia ha dado siempre se ha encontrado con la oposición de esa derecha. 

El divorcio, el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la Ley de Memoria Histórica, la remoción de los símbolos franquistas de pueblos y ciudades, la laicidad en las leyes educativas (o la aconfesionalidad), entre otras muchas iniciativas de profundización democrática nunca han tenido como obstáculo el jefe del Estado (que no tiene, al contrario de lo que ocurre con algunos presidentes de repúblicas, capacidad alguna de veto): siempre ha sido una derecha social y política representada por el PP, muy poderosa electoralmente, que ni siquiera ante la lacra del terrorismo (el de ETA y el del 11-M) ha puesto por delante el sentido de Estado y la responsabilidad colectiva.

No es la Transición: es la derecha.

La reflexión acerca de todo ello ayudaría a disipar frivolidades tan dramáticas como las de quienes se dedican a acusar a una de las generaciones más generosas y desinteresadas de la España contemporánea de los males, errores y carencias posteriores. 

Es como si los miembros de la generación a la que pertenezco (en 1977 yo tenía 25 años) nos hubiéramos dedicado a acusar a la de nuestros padres de la derrota de la República en la Guerra Civil y, por derivación, de la dictadura. No es la Transición: es una derecha que nunca ha roto los hilos que la unieron, en origen, con el franquismo. Al contrario que las derechas de países europeos con pasado dictatorial.

El factor militar en la Transición española

El factor militar en la Transición se nos olvida o se obvia por respeto o miedo. Pero cuando se critica lo obtenido en los años 70 y 80 nunca se nombra que los militares de entonces, todos venidos del Franquismo ganador, eran violentos y no querían la democracia. Recuerdo en el 1977 y 1978 como algún suboficial chusquero en Burgos, iba por las noches con una patrulla de soldadicos asustados y todos de paisano, a la caza de "rojos" que pintaban frases por Miranda de Ebro. Y de qué forma se pavoneaba en la cantina de que la pistola en la espalda era más rápida de sacar que en la tripa.

El artículo 8 de nuestra Constitución dice:

1. Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional.

Con este texto se pueden hacer las flores que cada uno quiera entender. Y aunque el artículo 97 dice:

El Gobierno dirige la política interior y exterior, la Administración civil y militar y la defensa del Estado. Ejerce la función ejecutiva y la potestad reglamentaria de acuerdo con la Constitución y las leyes.

…no sabemos qué sucedería ante un eventual vacío de poder en el Gobierno, real o entendido por quien se cree que debe ser el garante de la soberanía e independencia de España, y de su integridad y respeto constitucional.

Si de verdad algunos creen que en los años 70 y 80 se hicieron las cosas mal, que observen la Constitución desde el punto de vista actual y la revisen y corrijan con urgencia. No tiene sentido que sigamos diciendo que se hizo mal pero ahora no se quiera o sepa modificar, con mucha más libertad que entonces.